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El Manco del Espanto

No. 1. EL ÚNICO PERIÓDICO DE ALASITA PERSONALIZADO QUE PONE ÉNFASIS EN EL ARTE Y LA CULTURA

La tradición en las letras bolivianas todavía sigue marcada por los periódicos de alasita. Estamos hablando de periódicos en alasita dedicadas a la literatura boliviana. Hace unos días fui al Bocaisapo y pude obtener El Manco del Espanto. A continuación les paso algunas muestras. Nadie se salva de críticas agudas de los varios redactores, demuestran que se divirtieron al escribir todo esto.

Para pedidos, escribir a almurilo@yahoo.com


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Pedro Lemebel

Loco Afán. Crónicas de sidario

Barcelona, Anagrama, 2000.
pp. 178



Contenido:


«DEMASIADO HERIDA»

La noche de los visones
(o la última fiesta de la Unidad Popular) 13

La Regine de Aluminios El Mono 29

La muerte de Madonna 37

El último beso de Loba Lamar
(crespones de seda en mi despedida... por favor) 46

«LLOVÍA Y NEVABA FUERA Y DENTRO DE MÍ»

Nalgas lycra, sodoma disco 57

Carta a Lyz Taylor
(o esmeraldas egipcias para AZT) 60

Los mil nombres de María Camaleón 62

«Atada a un granito de arena» 67

Crónicas de New York
(El Bar Stonewall) 70

Y ahora las luces
(Spot: Ponteló-ponseló. Ponte-ponte-pónseló) 73

«Los diamantes son eternos»
(Frívolas, cadavéricas y ambulantes) 76

Esas largas pestañas del sida local 81

Su ronca risa loca
(El dulce engaño del travestismo prostibular) 84

Homoeráticas urbanas
(o apuntes prófugos de un pétalo coliflor) 87


«EL MISMO, EL MISMO LOCO AFÁN»
(Uf, y ahora los discursos)

Manifiesto
(Hablo por mi diferencia) 93

El proyecto nombres
(Un mapa sentimental) 98

«Biblia rosa y sin estrellas»
(La balada del rock homosexual) 103

El rojo amanecer de Willy Oddo
(o el rasguño letal de la doncella travesti) 112

Carrozas chantillí en la plaza de armas 117

Loco afán 124


«BESOS BRUJOS»
(Cancionero)

El beso a Joan Manuel
(«Tu boca me sabe a hierba») 131

Gonzalo
(El Rubor maquillado de la memoria) 134

Raphael
(o la pose amanerada del canto) 137

Rock Hudson
(o la exagerada pose del astro viril) 140

«Aquellos ojos verdes»
(A ese corazón fugitivo de Chiapas) 143

Lucho Gatica
(El terciopelo ajado del bolero) 146

Las noches escotadas de la tía Carlina 150


«YO ME ENAMORÉ DEL AIRE, DEL AIRE YO ME ENAMORÉ»

Lorenza
(Las alas de la manca) 155

El fugado de La Habana
(o un colibrí que no quería morir a la sombra
del sidarío) 159

La transfiguración de Miguel Ángel
(o «la fe mueve montañas») 166

Berenice
(La resucitada) 174



Pedro Lemebel nacido en Santiago a mediados de los 50, es escritor y artista visual, acaso sea uno de esos autores más exquisitos entre la prosa, la crónica y la poesía. El libro que tomamos de él empieza con este párrafo y demuestra, ciertamente, todo su contenido.

Santiago se bamboleaba con los temblores de tierra y los vaivenes políticos que fracturaban la estabilidad de la joven Unidad Popular.
Esta propuesta de picardía y una mordaz crítica es desarrollada con una maestría innovadora que talvez no se pueda comparar en la literatura latinoamericana. Para dar una idea de este libro sólo describiremos dos capítulos. Estamos concientes que este humilde comentario de Loco afán es incluso injusto pues las palabras llueven y desbordan de emoción, como si quisieran renegar de que no exista una palabra intermedia entre un ella y un él.

La muerte de Madonna
Madonna es de origen mapuche, ella sucumbe, como muchos personajes, ante el sida. Cuenta cómo se obsesiona con la diva Madonna, cómo trata de imitarla hasta el punto de que lo hace tan bien, que es el centro de un reportaje especial. En un apartado de este capítulo, ‘Nemesio Antúnez y Madonna’, desarrolla la historia de cómo ese reportaje, en un momento en que la democracia empezaba, fue a parar al Museo Nacional dirigido por Nemesio Antúnez. Unos boyscouts son los primeros y últimos que ven el video. El narrador describe con una absoluta poesía ese momento previo antes de descubrir el falo de Madonna. Se narra el escándalo que produce el video pues nadie había reparado en verlo antes de disponerlo al público. Luego se sabrá que esa fue una causa para que la verdadera Madonna, en su gira por Latinoamérica, no diera su concierto en Santiago.

EL ÚLTIMO BESO DE LOBA LAMAR
(Crespones de seda en mi despedida... por favor)

De Loba Lamar puede ser una aliteración de Pedro Lemebel (la a reemplazando a e), donde faltaría la letra p para completar ese nombre. Esto fue sólo una intuición luego de leer el título, pero veamos el primer párrafo:

Ingenio de cola y astucia callejera tuvo ella para lucir ese nombre, esa chapa de vodevil portuario que coronaba la pista al ser anunciada por el animador. Al retumbar el mambo número ocho los clarines, el pestañazo sangrado de los focos, y las palmas aplaudiéndola. Esas manos cacheteando su poto flaco de hombre tiritando al son de los tambores (41).
La intuición se confirma. Si se tuviera que definir la poética de Pedro Lemebel en un párrafo suyo, éste sería uno ideal. Empieza hablando de su arte, de su ingenio y astucia muy peculiar en la literatura. Ratifica su nombre por ‘ser anunciado por el animador’. Queda pendiente la p, que, obviamente, viene de una palabra escrita en el párrafo y que es irreverente y latinoamericana como él mismo.

Este guiño demuestra la capacidad y la nada inocente inserción de detalles, datos, metáforas y lecturas que Lemebel realiza con estas crónicas que, por sus características, rebasan su mismo género discursivo. Este capítulo, en efecto, resumiría a los demás. Inserta al lector en una complicidad profunda entre el momento histórico, el ser maricón (no gay), la crítica aguda, el humor y otras alusiones implícitas que sólo un autor como Lemebel puede conjugar.

Por ejemplo, esta es la parte cuando Loba Lamar, luego de combatir el sida, finalmente yace muerta:

Pero al tensarse el músculo facial, los labios apretados de la Loba comenzaron a dibujar la macabra risa post mortem. Ay no, gritó una de las locas, mi amiga no puede quedar así, con esa mueca de vampiro. Hay que hacer algo. Traigan toallas calientes para ablandarla. Casi hirviendo, total la pobrecita ya no siente. Pero al calor de los trapos el nervio maxilar se encrespó como un resorte y los labios de la Loba se entreabrieron en una carcajada siniestra. Parece que lo hace a propósito la chistosa, refunfuñó la Tora… (48).
‘El último beso’ del título tiene que ver con la modelación que sus amigas hacen en su rostro. Lo moldean de tal manera que parezca que está recibiendo a la muerte con un beso. Se trata de una lucha incansable contra el sida y su terca negación a que acabe con todo.

En alguna parte se menciona una implicación matemática: si bien más con menos da más y menos con más da menos; ¿cómo menos con menos pueden dar positivo? Es lógico en la matemática, pero es también ilógico en estas vidas, injusto. Esa es la tragedia de la sombra, del sida: una metáfora de la posmodernidad o modelo neoliberal, aquella que puede abordar y contener, sin remedio, a cualquier minoría o mayoría.

La lucha incesante contra esta sombra es la línea que contiene a todas las historias de este libro. El loco afán.

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Antoine Rodriguez

La hoyada y los perros

La Paz, Plural, 2005.
154 pp.


Es un libro de relatos que contiene los siguientes:

La música de los blandengues
Transcopacabana
El sarna de Antaquilla
Humajila
Sudyungas, buscando historias
Felipa Jalei
El busto de Don Rafael
La hoyada y los perros
La maleta del gringo
Cóndor extraviado

“La música de los blandengues”, como dice el mismo autor, “plantea un viaje intercultural como argumento de fondo” (Introducción, p.13). Se trata, efectivamente, de un “gringo” llamado Jordi que es invitado por un integrante de una “banda de músicos indígenas”. Jordi presencia una trifulca entre dos músicos y su reconciliación. Al final Jordi es integrado a los blandengues. Estas son las últimas frases del relato:

“No te pierdas, le despidió. Venite otra vez a compartir, cumpa. Se fundieron en un largo abrazo y el negro buscó su oreja para mamarle de babas y recordarle, entre susurros de saliva, que era un blandengue” (33).


El relato “Transcopacabana” comienza con una página de epígrafe del Viaje a la América Meridional de Alcide D’Orbigny. Y, en el mismo tono, todo el contenido del relato —a estas alturas, dudo en llamarlo relato— describe, como en un libro de viajes sin tiempo, la topografía y las incomodidades del viaje hasta antes de llegar a El Alto y La Paz. No existe una historia. Hay autores que hacen una historia sólo con descripciones, pero en este caso sus descripciones no están articuladas.

“Sud Yungas, buscando historias” Se trata de un guionista que viaja en busca de historias, encuentra muchas en Coriloma. “Felipa Jalei” pretende ser un relato oral, contado por un muchacho de Nor Yungas.

En la mayoría de los cuentos, o relatos como dice el autor eludiendo la palabra cuento (aunque en materia narratológica cuento o relato son lo mismo), el narrador no se concentra en la historia, ni en la estructura, sino en anécdotas, reflexiones antropológicas o descripciones. Así como esas canciones cristianas hacen énfasis en sus letras y no en la música, Rodríguez deja de lado el oficio y se concentra en “bonitas miradas” multiculturales, exóticas, casi como si los cuentos fueran reescritura de informes de estudios culturales o antropológicos. No digo que no se lo deba hacer, pero esto no se debería presentar como si fuera literatura, como si fueran relatos. Por ejemplo en “La música de los blandengues”, se insertan párrafos como el siguiente.

Antes de tomar, la costumbre señala la necesidad de challar el piso para rendir tributo a la Pachamama. La persona en posesión del vaso, por otro lado, goza del uso de la palabra, quedando los presentes obligados a escucharla sin mediar interrupción. Para terminar, alza el vaso en señal de amistad. Salud, compañeros. (23) .

Esas dos últimas palabras intentan dar un registro literario, sin embargo, no es posible con el discurso técnico que lo precede.

Por otro lado, el narrador omnisciente a veces se traiciona cuando emite palabras como: “aquel inmenso despelote había terminado por contagiar su espíritu” (p. 20); “llevaba todo el día chupando” (20); “ formulaban siempre las mismas pinches preguntas” (32); “sus treinta años mal cumplidos contrastaban con los cuerpos vigorosos, en eclosión, de aquellos conscriptos pendejos” (46); “se retiró unos centímetros para chequear” (46); “en la frontera con el Perú, en los confines del mundo” (47); “insistió si no tenía sueltito” (36); “esos billetes, hechos puré” (36). Y los diálogos tampoco ayudan pues están estereotipados, plagados de “puta”, “carajo”, “mierda”.

—Puta, el Chura, viejo… (64).
—Puta, ya están borrachos estos cojudos —reparó Lucho… (66).
—Puta, estoy jodido, hermano —protestó Grover (67).

Este libro continúa con aquella tendencia literaria que pretende catalogarse como oral, multicultural, indígena y vernacular del mundo andino. Uno de sus íconos es “Delfín del mundo” de Huascar (Pancho) Cajías (Premio de cuento Franz Tamayo 2000), que el autor lo reconoce como su precursor. Interesantes, desde luego, pero peligrosas también. Peligrosas porque esta visión minimalista, caricatural, y de “buen indio” —como en los escritos de Alcide D’Orbigny con los que el autor se identifica—, no dejan de hacer una literatura predecible, y lo peor, califica sutilmente a nuestras culturas en subalternas, decadentes e indigentes.

El autor, “cooperante” como él mismo se define porque trabaja en proyectos de cooperación y que llegó a Bolivia en 1998 “en un vuelo del Varig”, dice que “la literatura boliviana no puede ser homogénea ni compartir lugares comunes” (15), y es cierto (aunque yo creo que alguien se lo dijo), sin embargo para decir eso se debe hablar de verdadero trabajo literario. No de series de anécdotas, con ciertos vocablos, con ciertas costumbres descritas; sin tomar en cuenta una verdadera propuesta literaria: los retos que se está imponiendo el autor, lo que está innovando, lo que se está jugando. Caso que encontramos por ejemplo en algunos cuentos de Victor Hugo Viscarra, Crispín Portugal o Darío Manuel Luna.

En conclusión, si estos cuentos sirven para mirar culturas —para mí, de una manera soberbia—, en ese caso sí sirven.

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